Reflexiones de Jánuca
Cuando prendemos las velas de Jánuca, los judíos reafirmamos nuestro compromiso con los valores de la libertad, la igualdad, la solidaridad y el respeto a la diversidad
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Karen Poniachik
La semana pasada celebramos Jánuca, una de las festividades más simbólicas en la historia, tradición y liturgia judías. Conocida también como la fiesta de las luces, conmemora la victoria de los macabeos sobre el ejército de ocupación sirio-griego en el año 165 AC y la posterior reconstrucción del Templo de Jerusalem que había sido profanado por los invasores. Sin embargo, en Jánuca no evocamos una victoria militar, sino que recordamos y festejamos la rebelión permanente que muchos pueblos han librado en contra de los tiranos que impiden pensar, creer y actuar con libertad de conciencia.
En efecto, el Rey de Siria Antíoco IV Epífanes había decidido helenizar al pueblo de Israel, prohibiéndole a los judíos mantener sus tradiciones y costumbres. Dictó una ley que los obligaba a adoptar los ritos de la religión griega así como a arrodillarse y hacer sacrificios humanos ante las estatuas de ídolos griegos que habían instalado en el Templo. Pero los judíos, encabezados por Yehudáh Macabeo, se rebelaron y, tras una ardua lucha, lograron derrotar a los invasores.
Así, uno de los milagros que rememoramos durante la festividad de Jánuca es la victoria de unos pocos sobre muchos, la victoria de los débiles sobre los fuertes, la victoria de la libertad sobre el oscurantismo. En los días de Jánuca los judíos expresamos nuestra gratitud recitando masarta guiborim biad jalashim, verabím beiad meatim: Los poderosos se han rendido ante los débiles y unos pocos doblegaron a una multitud.
Cuando terminó la guerra, los macabeos se abocaron a reconstruir el Templo. Tras demoler las imágenes de los ídolos y limpiar los altares, quisieron encender una Menorá, el candelabro, como símbolo de que la luz había regresado al mundo. El problema fue que encontraron solamente un cántaro de aceite, lo que en la práctica alcanzaba para mantener la llama encendida por un solo día. Decidieron alumbrar la Menorá de igual forma y entonces sucedió un milagro y esa pequeña cantidad de aceite ardió durante ocho días.
Por eso, año tras año, los judíos celebramos Jánuca durante ocho días. Y lo hacemos prendiendo velas, recordando la osadía y resolución de quienes se atrevieron a prender la llama sin tener la certidumbre de que se mantendría encendida. Jánuca nos habla de la esperanza, del valor de nuestros esfuerzos y de la importancia de intentar alcanzar nuestras metas aún sin tener la seguridad de que lo lograremos. Así, en estos días de fiesta recordamos y celebramos a todos quienes se han atrevido a encender una luz en la oscuridad con la fe y la confianza de que una sola chispa eventualmente puede contribuir a iluminar un templo, un hogar, una ciudad, un país.
Para mí, ser judía no implica únicamente profesar la fe, sino llevar a la práctica los valores y tradiciones humanistas que nos han sido legados por nuestra historia y cultura: los valores de la libertad, la igualdad, la solidaridad y el respeto a la diversidad, valores que, por cierto, compartimos con todos los hombres y mujeres, creyentes o no, que anhelan vivir en un mundo más justo, igualitario, generoso e inclusivo. Esa es la esencia de las convicciones y prácticas humanistas.
Cuando los judíos prendemos las velas de Jánuca reafirmamos nuestro compromiso con estos valores. Estas luces simbolizan la libertad y la diversidad que los inquisidores de todas las épocas han intentado aplacar; simbolizan el compromiso con el pluralismo de ideas, creencias e ideologías; simbolizan la lucha que a diario damos en contra de los helenizadores que quieren imponer una sola verdad; simbolizan la búsqueda de un mayor espacio para quienes hasta ahora han permanecido marginados no solamente por su religión sino también por su género, condición social, etnia o apariencia física.
Quienes encendemos velas en Jánuca creemos firmemente que éstas simbolizan los valores de libertad y pluralismo que iluminan nuestro camino y nuestras actuaciones y confiamos, al igual como lo hicieron los macabeos, en que éstos se mantendrán vigentes por muchos siglos.